lunes, 12 de marzo de 2012

El Cartoonero: La lección de Paco, el Burrote (Fierro 65)

Se podría decir que la historieta tuvo sus años ’60 durante la década del ’80: Una enloquecida fiebre de vanguardismo, experimentación y obsesión por quebrar barreras estéticas junto a la cual las obras de Warhol –o de su hermana perdida, Marta Minujín- podrían pasar por cuadros de barquitos para decorar cuartos de hotel.

En España, donde publicaciones como Tótem, Comix Internacional, 1984, El Víbora y la edición ibérica de Metal Hurlant difundían las obras de Moebius, Joost Swarte y Dick Matena, reinaba el posmodernismo. Los autores del momento prácticamente no concebían una historieta que no hiciera referencia cultural a una obra preexistente o que no jugara con las convenciones del género. Aquel que no dibujaba una historia de agentes secretos retrofuturistas en el estilo de la línea clara de los 40, narraba herméticos relatos mudos o ilustraba con montajes fotográficos sus visiones de LSD. Todo contenía ironía, referencialidad y doble lectura y era extremadamente confuso.

En este contexto el crítico Jordi Courreilles estaba en el pináculo de su carrera gracias a los sesudos artículos que publicaba en el suplemento cultural de La Vanguardia. Entre sus descubrimientos figuraba el universo referencial de Daniel Torres y los estilos, también llenos de referencias culturales, de dibujantes como Gallardo y Max. “Max toma en sus manos los mundos sexual y polìticamente reprimidos de Hergé y James M. Barrie y los transforma, merced a la alquimia de su pincel, en una galaxia nueva basada en el sexo, la violencia y sobre todo la multirreferencialidad, donde caben tanto Elvis Presley como Conan el Bárbaro”, decía, sin atragantarse, acerca del muy ochentoso cómic Peter Pank. Leyendo El Niñato, la obra de Gallardo y Mediavilla, se relamía de este modo: “Gallardo y Mediavilla toman los universos de Popeye, Robert Crumb y Francisco Ibáñez y a través de la violencia y la referencialidad múltiple los convierten en una experiencia completamente diferente”.

Algunos autores se quejaban de que ya no había forma de tener cierta repercusión a menos que uno hiciera una referencia a algo o rompiera con algún código establecido. Resentido con el crítico, un dibujante bastante conocido le envió a Courreilles un pequeño libro que recopilaba las historietas de Paco el Burrote, del gallego Manuel Sánchez, acompañado de una carta que dedía “Fíjate Jordi, qué vanguardista es este tío.”

Los problemas del análisis literario

El análisis de la obra de Sánchez lo desquició por completo. Al principio creyó no entenderla. Luego, supuso que las chabacanas humoradas de Paco el Burrote estaban escritas “irónicamente”. Pero por fin, estudiando la obra en más profundidad (lo que, según cuentan sus familiares cercanos, empezó a ocupar cada vez más tiempo de su jornada diaria), estalló de entusiasmo. Transcribimos un fragmento de la crítica que Courreilles intentó enviar a La Vanguardia:

“Paco el Burrote, a diferencia de otros tebeos modernos, no juega con la referencialidad de obras ajenas. El inmenso Sánchez, al hacer por ejemplo ese chiste aparentemente burdo donde Paco se tira un pedo y su novia se desmaya, está realizando una referencia a su propia historieta, y la hace, además, simultáneamente a la historieta que está transcurriendo en ese momento. Esta es la genialidad del autor manchego.”

El éxtasis de Courreilles no terminaba con ese hallazgo: “Porque además Sánchez –según la exhaustiva lectura que estoy haciendo- también es capaz de hacer referencia a esa primera referencia, detectable también al mismo tiempo y exactamente en el mismo lugar físico que la primera. Sólo que otra. Y esto no se termina ahí: Desde que he empezado a analizar –sin prisa pero sin pausa- a Paco el Burrote, ya he detectado 12.678 referencias superpuestas a las otras referencias, todas todas todas incluidas en la primera página del libro. De hecho me gustaría poder seguir leyéndolo, pero me temo que no puedo, hasta no llegar a la última capa de autorreferencialidad de la primera secuencia, una tarea que se me está haciendo cuesta arriba.” Y agregaba, con angustia: “También me gustaría parar de encontrar referencias para hablar con mis hijos. O dormir. O comer.”

El artículo llegó a ocupar unas 3.800 páginas, lo que explica que nunca fuera publicado en el periódico. Un párrafo de la página 3.230 da algún indicio de la fuerza que llevó a Courreilles al manicomio: “Me asalta la duda de si Sánchez en realidad no está haciendo ninguna autorreferencialidad, sino lisa y llanamente ua historieta, pero para un hombre en mi posición esa idea resulta incomprensible y aterradora.”


Paco el burrote, un personaje cargado de autorreferencialidad extrema

4 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

Tanta obsesiòn con las bases, te lleva al manicomio, o al asesinato. Eso es seguro.


En cuanto a Minujin, los pollocks, rojthovs, y todos esos tipos, los "apadrinò" Gauguin cuando dijo "El arte es revolucionario, o solo plagiador".


Claro que tambien existen los Richard Estes, gracias a Dios.

Saludos

Lucas Nine dijo...

Buenisimo.

Rne dijo...

Lo mismo pasa con Condorito, la historieta autoreferencial por antonomasia.

Patricio dijo...

Pierre Menard, el autor del Quijote- Y si de Borges hablamos, en esa horda de gente metida en el comic sacada de su contexto cual persona sentada en el fondo todavía húmedo de una pileta vacía, recuerdo con asombro, una historia de Fati, sobre el célebre ciego que alguna vez osara abrir ciertos tomos de la biblioteca de alejandría, en la historia en cuestión era cochero de un carro de esos que todavía andan por ahí buscando cartones, y estamos en el blog cartonero.