viernes, 24 de febrero de 2012

"Willy" Divito y los 5 Locos del Plumín. Episodio 5 (Fierro 64)

Una nueva entrega de los 5 locos del Plumín, dibujo de Parés, guión de quien les habla.


miércoles, 15 de febrero de 2012

Lo que odio de los feriados (Revista SH de febrero 2012)

Bueno, ¿pero quién puede ser tan cretino de odiar un feriado? Alguien que diga semejante cosa entra instantáneamente al ostracismo de los odiadores de mascotas y niños. Y sin embargo los hay: los free lance, que deben contemplar de reojo el júbilo de los oficinistas; los camareros, que se ganarán alguna propina extra pero sufren la fiesta ajena y la sobrecarga laboral; los empresarios, claro, a quienes ya bastante indignación les causa tener que pagar ese invento llamado “salario”. Y los escritores de cartas a La Nación, convencidos de que Argentina sería igual a Suiza si se derogaran vacaciones, asuetos y domingos y se resucitara a Bartolomé Mitre para gobernar el país.

Quien esto escribe, trabajador en blanco, oficinista, asalariado y semi-progre, no debería tener motivos para sumarse a estos equipos. Claro que me gustan los feriados. Estoy de acuerdo con agregar feriados, con el derecho a descanso del trabajador y blablablá. He dirigido una campaña na-cio-nal para inventar un feriado en Noviembre, ese mes interminable, algo que la Presidenta terminó haciendo y que considero un triunfo personal.

Pero no puedo jurar que la Institución feriado sea un lecho de rosas. O mejor dicho, es un lecho de rosas a las que un colchonero descuidado olvidó quitarles las espinas.

En la Edad Media existía Alamut, la Secta de los Asesinos. Jóvenes aldeanos de las colinas iraníes eran drogados y llevados a un jardín lleno de hermosas danzarinas y fuentes de las que manaba vino; los líderes de la secta les explicaban que habían muerto y estaban en el jardín de Alá. Luego, volvían a drogarlos y los llevaban lejos de allí, explicándoles que si obedecían ciegamente las órdenes de esta mafia medieval, al morir volverían al Paraíso que habían visitado. Los nuevos sicarios, entonces, no vacilaban en asesinar a quien fuere y a hacerse matar con tranquilidad.

Bueno, eso más o menos es lo que siento por los feriados. No la parte de hacerme matar. Eso lo haría gratis. Me refiero a esta horrible sensación de ser expuesto a un paraíso artificial y luego arrebatado. Cuando se acerca el feriado, la fantasía es que es una especie de vacación; pero ya sabemos que un día de descanso es lo mismo que nada: Pasamos la mitad del día –en el caso de que nos levantemos antes de las dos de la tarde- aflojando el stress laboral y la otra mitad angustiados por el nuevo día que se avecina. ¿Cuánto dura, entonces, la sensación de festividad? En el mejor de los casos unos veinticinco minutos, en la mitad del sándwich de angustias, donde nos autoconvencemos –con mucho esfuerzo y argumentos sofistas- de lo bien que la estamos pasando.

No, el feriado tiene mucho de tortura psicológica, manipulación capitalista y mentira colectiva. Como yapa, si no “aprovechamos” el feriado nos sentimos unos completos imbéciles. “¡Ooooh, se pasó el feriado y no he practicado Surf en las playas de Indonesia o quebrado la banca de los casinos de Montecarlo!”

Se intenta suavizar este flagelo pasando los feriados a los lunes o incorporando la saludable institución del “Día Puente”, pero son migajas insignificantes: rocío en el océano. Un feriado de verdad debería durar por lo menos 45 días. Se me dirá que ni siquiera las vacaciones duran tanto, y contestaré que una vacación de menos de seis meses es una especie de chiste. Pero no quiero ir a ese tema porque nos quedamos hasta mañana.

Esta condición de paraíso artificial y mezquino es la menor de las taras congénitas del feriado: Hay otra, que tiene su origen en los rincones más oscuros del Alma humana y que es completamente insoluble: Me refiero a que en los feriados no hay nada para hacer. Bueno, hay bares, cines y shoppings, pero la vida no son bares, cines y shoppings. No hay museos. No hay teatros municipales. Si quiero recorrer librerías, no hay. Cierran. O casas de instrumentos musicales. No, no soy músico, y habiutualmente no recorro casas de instrumentos musicales. No sabría qué hacer si lo hiciera. No es ese el punto (tampoco suelo ir a museos ni teatros municipales, no es ese el punto, no es ese el punto). Y tampoco hay oficinistas apurados y bancarios con el ceño fruncido de quienes ir a burlarse en bermuda y ojotas, con una bolsa de papas fritas. ¡Porque ellos también tienen feriado!

Y sé que esto es un deseo miserable, pero también parte de la naturaleza humana –o por lo menos de MI naturaleza humana, que soy tan Humano como el que más, a pesar de las acusaciones en contra al respecto: ¿De qué sirve un feriado si todo el mundo lo tiene?

¿Acaso cuando nos vamos de viaje no es una de las experiencias más enriquecedoras “recorrer las calles y ver a la gente en su vida diaria, real, cómo vive, transpira y trabaja”? ¿No es ese uno de los lugares comunes más estimulantes de las guías de viaje para trotamundos imberbes, esas guías que nos aconsejan alejarnos de Clubs Meds, resorts y Disneylandias?

Bueno, ahí está: un feriado es una especie de Club Med. Todo el mundo en la pavada y el abotargamiento. ¡Yo quiero –durante el feriado- vivir el día a día de la gente! ¡Sentarme en una mesa, acompañado de una cerveza helada y contemplar al obrero, al cadete, al enfermero en su trajín y sufrimiento diario! ¡ESO es enriquecedor! Ni hablar de primeros de mayos o de eneros –llamémosles “Super Feriados”- donde la ciudad se parece al mundo de Mad Max, o a Pergamino. Persianas bajas y silencio mortecino absoluto, interrumpido por algún perro con resaca. Vacaciones en el cementerio, ¡gracias, derechos del Trabajador, por escenografiar el mundo que vemos en nuestras pesadillas cinematográficas!

Seamos claros: No queremos feriados. Queremos vacaciones (seis meses mínimo, anoten esto y recuerden que soy el hombre que predijo el feriado de noviembre), o hacernos la rata. Por eso, los feriados deberían ser individuales: A principio de año, se hace un sorteo, y a éste le toca el 4 de mayo, al otro el 25 de agosto, a aquel el 9 de septiembre… Hasta podés tener suerte y te tocan todos juntos: Una semanita más de vacaciones.

Y adiós el robo a mano armada de la “Temporada Alta”.


(Ilustración de Ariel Escalante)

El Cartoonero: Giacometti-Gelbard: Un malentendido (Fierro 64)

Cuando guionista y dibujante encajan a la perfección, los resultados son sublimes. A veces, esto se da por casualidad, por simple buena “vibra” entre ambos artistas. Otras, gracias a la disciplina y el profesionalismo de los historietistas. El gran René Goscinny, por ejemplo, no escribía juegos de palabras cuando trabajaba con Morris, ya que a éste no le gustaban, y en cambio los generaba como chorizos cuando colaboraba con el dibujante Tabary.

Lo mismo podía decirse del Robert Gelbard, guionista de la DC durante los 70, que lo mismo escribía historias en un tono gótico cuando trabajaba con Berni Wrighston que epopeyas heroicas a la hora de colaborar con Jack Kirby. Se jactaba de adaptarse a la perfección a cualquier dibujante o relato que se le presentara. Sin embargo, pronto enfrentaría un desafío insuperable.

Dick Giacometti era una “joven promesa” que había llegado con una carpeta llena de trabajos deslumbrantes, que dejaron maravillado a Marvin Jeffries, editor jefe de DC de ese momento. Y le encargó a Gelbard que realizara junto a él una saga de la historieta “Kamandi” (Last boy on earth!). Gelbard se reunió con Giacometti y como era su costumbre le preguntó cuáles eran sus preferencias, qué estilos admiraba, etc., agregando –no sin orgullo- que siempre lograba captar la esencia del dibujante que le tocaba en suerte. Giacometti escuchó con una sonrisa y contestó, enigmáticamente: “Me gusta dibujar animalitos”.

Gelbard, algo confundido, interpretó que se trataba de una broma, tal vez relacionada con los animales humanoides de “Kamandi”. Pero como Giacometti no pronunció una sola palabra más en toda la reunión –en la que no había dejado de mirar al vacío con expresión estólida- decidió no ahondar en el asunto.

Semanas después, Gelbard contempló horrorizado las páginas que Giacometti había realizado. Su historia, donde unos monstruosos chimpancés invadían una Ciudad-fortaleza, había sido ilustrada con gatitos, ratoncitos y conejitos que se daban besitos y comían pastel de gengibre. Sus poderosos textos, además, habían sido reemplazados por dulces frases de tarjeta de felicitación. Ante la confirmación de Giacometti de que no era una broma –lo único que dijo fue “Me gusta dibujar animalitos”- Gelbard fue a quejarse.

Para su desgracia el editor Jeffries le echó la culpa a él. Le dijo que seguramente no había sido claro en sus indicaciones. Con mucha severidad, le explicó que el dibujante era uno de los artistas más brillantes de USA y que era su responsabilidad evitar que fuera a trabajar a la competencia.

Gelbard volvió a reunirse con Giacometti y le explicó con pelos y señales que en ningún momento del guión había sugerido la inclusión de conejitos y gatitos y menos aún pasteles de gengibre. Cuando se despidieron, Gelbard le hizo prometer que se ceñiría al guión, a lo que el dibujante asintió con la cabeza y agregó: “Me gusta dibujar animalitos”.

Una semana después, Gelbard llevó el guión al editor, junto con las nuevas páginas, donde la mayor “concesión” que había hecho Giacometti había sido poner un par de armas en uno que otro animalito. Armas color rosa, con flores y orejas de conejo, que disparaban algodón de azúcar. Jeffries, consternado, le dijo a Gelbard que tendría que haberle avisado antes de esta situación y le encargó llevar a buen término el número, con su futuro profesional en juego.

Gelbard entonces, tuvo una idea brillante: Le daría un enfoque completamente diferente a la historieta. Los personajes, debido a un pliegue en el espacio-tiempo, se verían teletransportados a una dimensión de fantasía, donde todos son animalitos dulces y simpáticos, y el conflicto ocurriría mediante un sutil subtexto, expresado en diálogos aparentemente empalagosos pero donde se leería –mediante ingeniosos indicadores para-lingüísticos- toda la violencia dela trama.

Después de trabajar durante cuatro días sin dormir, además de haber logrado su propósito, el guionista se las había arreglado para introducir algunos traumas autobiográficos y dos o tres conceptos muy polémicos sobre la vida, la muerte y el sistema capitalista. Envió el guión a Giacometti, convencido de haber logrado una hazaña.

Dos semanas más tarde, el editor Jeffries lo llamó enfurecido y le comunicó que estaba despedido. Perplejo, visitó a Giacometti para chequear los originales.

El dibujante, un poco molesto por la intención de Gelbard de manipular su estilo, había desviado el subtexto mediante expresiones faciales de los personajes, hasta cambiar completamente el sentido del subtexto original, convirtiéndolo en un alegato por el exterminio de los hispanos. Bueno, y además había incluido unas 17 páginas donde la hija mayor de Jeffries ensayaba docenas de posiciones sexuales diferentes con un par de docenas de enanos.

“Me gusta dibujar animalitos”, le dijo Giacometti al despedirse, con una mirada llena de resentimiento satisfecho.


La escena en la que Kamandi recibe una herida mortal en la nuca, según Giacometti