viernes, 29 de junio de 2012

lunes, 18 de junio de 2012

Si Hulk fuera argentino (Revista SH junio de 2012)

Bruno Ibáñez. 35 años. Supervisor del Depto. De radiología del Hospital de Clínicas. Inspirado en el trabajo de su pariente lejano Bruce Banner, reconocido por sus logros en el aumento de la fuerza muscular como respuesta al stress y la ira, decidió imitar el experimento original, sometiéndose a una peligrosísima exposición a los rayos gamma (aprovechando un día con pocos fracturados).

¡HORROR! ¡Un accidente produce una inesperada sobrecarga en la maquinola que te tira rayos gamma, que por otra parte era completamente esperada (ya que el experimento original incluía una parte inesperada)! ¡Y ahora, cada vez que Bruno Ibáñez se violenta sufre una asombrosa METAMORFOSIS!

Sus músculos se hinchan como vejigas llenas de agua pesada; sus miembros adquieren la portentosa contextura de un tronco de quebracho laqueado en adamantium líquido; pero la clave que lo convierte en una invencible maquina de destrucción ¡está en su ira salvaje e incontrolable, un ruidoso tsunami de descontento haciendo estallar en pedazos todo dique de racionalidad!

¿Y qué hace entonces Bruno Ibáñez, el Hulk argentino? ¿Sale dando saltos a destrozar tanques de acero? ¿Escala los rascacielos porteños para arrojar rocas de varias toneladas a las fuerzas del Orden o el Caos, según quién sea su némesis momentáneo?

¡No! ¡Fiel a su idiosincrasia de origen, toma entre sus amenazadores dedos de bordes cuadrados una birome Bic color negra (trazo grueso) y escribe una indignadísima carta a La Nación! ¡Pero qué PEDAZO DE CARTA! ¡Se trata de una carta con 25 epítetos por renglón, donde ni el Gobierno ni la “Opo” ni los Políticos ni los Medios ni la AFA ni los Villeros se salvan de su iracunda prosa! ¡Una carta donde la Indignación parece salpicar de jugo de venitas hinchadas a quien la lee! ¡Una carta donde las palabras “Señor Director”, “Dolor”, “Indignación” y “Hasta Cuándo” repican y se repiten como una potente ametralladora de lugares comunes!

A veces, Bruno Ibáñez va al banco y lo hacen esperar… ¡Y entonces, luego de la monstruosa transformación que se revela ante el horror de bancarios, guardas y jubilados, hace lo que mejor sabe hacer: Quejarse con su compañero de cola! ¡Y suelta un abrumador ataque de “Cuarenta personas esperando y dos cajeros, a vos te parece… Lo que pasa es que somos muy dóciles, somos muy dóciles… Acá nadie se queja… Por eso estamos como estamos… Qué vergüenza…” cargado de la incontrolable fuerza de la Energía Gamma!

¿Un oscuro Supervillano proveniente de la Zona Negativa llega a nuestra dimensión acompañado por un letal ejército de parásitos voladores que absorben la energía vital mediante unos aguijones extensibles de cinco metros de largo? ¡No teman! ¡La bestia, la fiera, el Iracundo Bruno Ibáñez está aquí para hacerse cargo de la situación! ¡Y agarra y llama a Crónica TV, para luego declarar ante sus cámaras –con los poderosos músculos de su ceño frunciéndose con una fuerza tal que podría partir nueces colocándoselas entre los ojos- que “esto viene pasando desde hace años, vienen estos Supervillanos y la Policía no hace nada, esta es una dimensión liberada. ¡Sinvergüenzas! ¡Nosotros les pagamos el sueldo!”. ¡Y lo hace con la Intensidad Gamma propia de Hulk: llamando a Crónica TV no una, sino diez, quince, veinte veces si es necesario y que vengan las veces que haga falta, qué tanto ni qué tanto!

Porque Bruno Ibáñez, como buen coterráneo nuestro, en realidad no se enoja. Medio que se indigna, medio que hace una pantomima de enojo, viste, una imitación de lo que él considera que debería ser un tipo enojado. Hace gestos, resoplidos, se le pone la voz aguda. “Your voice kind of raises to this comedic pitch”, como le decía el intraducible George Costanza a su amigo Seinfeld.

Y luego, mientras la ciudad es devastada por los parásitos interdimensionales, le dirá a su mujer algo tipo “no, porque a mí por las buenas me sacan hasta la camiseta, pero viste cómo me pongo cuando me sube la tanada”.



(No encontré el nombre del ilustrador)

lunes, 11 de junio de 2012

El Cartoonero: Pierre Lagardain: La crítica como Arte (Fierro 68)

Eran tiempos felices en la historieta francesa. Autores extraordinarios como Goscinny, Mezieres y un incipiente Tardi vendían millones de ejemplares y proyectaban internacionalmente sus bandes dessinées. Era también un buen momento para la crítica de historieta: Había críticos para todos los gustos, desde el populachero Henri Lomax, que culminaba todos sus artículos con un expresivo “Putain!” con el que se ganaba al público menos sutil, hasta Paul De Versailles, que pretendía hacerse el original reseñando historietas inexistentes (una idea que fracasó a los pocos meses por lo burda y remanida).

Pero ningún crítico era tan respetado como Antoine Lagardain. Desde su columna en la sección Cultura Gráfica de Le Monde encumbraba o destruía carreras con seguridad pasmosa. El “Cardenal Mazarino de la Crítica de Historieta”, como se lo llamaba con religioso temor, era quien marcaba el paso del Tout-Paris del cómic galo. Él fue quien decidió que los Pitufos ya no estaban más en el candelero (lo que obligó al desafortunado Peyo a abrirse camino al mercado americano y ganar millones de dólares), y quien encumbró al joven Lauzier. Con rigor casi científico, Lagardain era despiadado pero justo.

Por eso sorprendió un poco la crítica envenenada con que recibió la publicación de Alalakh, l’hitite, del dibujante Morandot, una joven promesa oriunda de Córcega que había irrumpido en la revista de comics Le Salopard con un estilo innovador y refescante. Sin embargo, en su primera crítica dijo que “la historia es más pueril de lo que nos tiene acostumbrados el no muy iluminado Morandot, y su estilo de dibujo huele a naftalina. Es de esperar que su propuesta madure con los números subsiguientes o que siga el destino de los frutos que maduran demasiado.”

Morandot tragó saliva al leer esta crítica, y debió tolerar que el editor de Le Salopard le impusiera un guionista, pero lo tomó como parte del aprendizaje. Sin embargo no fue suficiente para Lagardain. A la semana siguiente de publicado el segundo capítulo, elogió el guión pero sugirió que “no se sabe si Morandot es demasiado joven o demasiado inepto, o ambas cosas. Una se supera con el tiempo, la otra no se sabe. Pero en todo caso no es al lector a quien debe castigarse por su impericia, y no me refiero sólo a que sus caballos parezcan jirafas o perros o quién sabe qué”. Morandot pensó en llamar al crítico para decirle una serie de cosas, pero el editor le pidió un poco de humildad, y le sugirió asistir a un taller de dibujo para ajustar alguna tuerca.

Morandot le hizo caso a su mentor. Hay que decir que a sus modestos 22 años su técnica era muy superior a la de varios consagrados, pero eligió la moderación y la paciencia. No fue el mismo caso de Lagardain, que en su siguiente crítica destrozó completamente los esfuerzos del dibujante: “¿Es lícito dibujar con la poronga? Si es así, tal vez Morandot (¿o deberíamos llamarle Pelotudot?) haya inventado un nuevo arte que puede ser el comienzo del fin de la Civilización (…) dibujar como un perro debería ser castigado con la pena capital, y estrenar esta condena con el hijo de puta de Morandot (…) torturarlo sería poco, después de la tortura a la que somete a los lectores de su mierda (…) retardado (…) horrible (…) asqueroso (…) ganas de vomitar.”

Furioso, Morandot habló con su editor para decirle que no quería causarle problemas pero que estaba saliendo a la redacción de Le Monde para utilizar su cuerda de ahorque (tradicional arma de la mafia corsa) con el crítico. La respuesta del editor fue decepcionante: Le explicó que no se lo recomendaba, pero que de cualquier modo tenía libertad total, ya que Alalakh, l’hitite había sido discontinuada. Lagardain le había abierto los ojos y no podía publicar en la revsta un producto de tan mala calidad.

Morandot salió rumbo a Le Monde, pero sus pasos lo llevaron -en una suerte de sonambulismo- a la redacción de Le Salopard, mientras practicaba el movimiento de muñeca tan propio del instrumento de muerte de sus ancentros. Irrumpió en la oficina de su jefe para encontrarse con una desagradable sorpresa: Lagardain se hallaba allí, mostrándole al editor unas planchas de Alalakh, l’hitite dibujadas por el propio crítico. Aparentemente ser dibujante de historietas había sido el sueño de su vida y consideraba que estaba a la altura del proyecto; el editor estaba de acuerdo, especialmente después de leer la extraordinaria y favorable crítica anticipada escrita por Lagardain.

Después de un confuso episodio policial y tras pasar unos treinta días en prisión, Morandot volvió a Córcega para dedicarse a la cría de asnos junto a su padre. En cuanto a Alalakh, l’hitite dibujado por Lagardain, fue uno de los más arrasadores éxitos de crítica de la historia de Francia, aunque Le Salopard debió cerrar tres números más tarde debido a una brusca baja en las ventas.



Alalakh, l’hitite, según el muy expresivo dibujo de Lagardain